¿Qué hacés? ¿Adónde vas, dónde dejas que te lleven?
Tengo una vida. Cualquiera se lo cree. Mañana escribiré, para convencerte.
Hoy, hoy no, hoy no quiero escribirte mentiras. Hoy hablo con la verdad, como
se habla a un muerto.
No sé por qué, en
relación con algo que he olvidado, me vino a
la mente la palabra "cuidado". No es seguro el
querer recorrer todas las frases que uno piensa.
- Vaya. Los
sentimientos mutuos. Bien está. Antes, pensé en tu muerte con la mayor
frialdad posible.
- La muerte.
- Eso, los que van
a morir jóvenes, como vos.
- Muchos dicen que
a cada uno de nosotros sólo se nos da un cupo de energía determinado que puede
consumir rápidamente o economizar para hacer que dure más. Y que, cuando la
reserva se ha terminado, el cuerpo inventa un pretexto para retirarse.
- Especulaciones.
De todas formas, vos nunca fuiste ahorrativa. Más bien derrochadora.
- Lo cual a vos te
preocupaba.
- A veces. A veces
me preocupaba ver cómo te disipabas.
- Porque vos,
secretamente, siempre te preguntaste: ¿Qué queda?
- Que queda. Que
queda. Nos veo hundirnos como bajo los efectos de una radiación demasiado
fuerte; una imagen muy de nuestro tiempo, lo sé. Nuestro contorno se difumina.
Parece que no se nos ha otorgado poseer una personalidad acusada. Cuantas cosas
no habremos probado para adquirir firmeza, en cuántas pieles no nos habremos
introducido. Nuestro viejo afán de cobijo, calor, compañía es muy débil frente
al frio del espacio que nos invade. Y esa infinidad de fotos que nos mandamos
hacer de nuestras muchas caras son menos permanentes que aquel enverado retrato
de boda de nuestros abuelos.
- Yo, vos ya
sabes, traté de tapar con fotografías los agujeros de las paredes de nuestra
cueva. Y luego he visto con alegría cómo se iba dibujando la foto en
el cuarto de revelado. Muchas veces he pensado en la gente que contemplará
estas fotografías cuando yo haya muerto.
- Lo que queda son
imágenes. Ahora quiero verte. Ahora sonreí, que yo te vea. Ahora no me asustes,
escondete.
- Y qué es lo que
ves sin mí.
- Veo un
resplandor verde. Un árbol, una ventana, que filtra luz. Todavía no están
formadas las hojas.
- Era abril
- Veo la madera
color miel que cubría toda la ventanita del costado.
- Que tanto me
gustaba.
- Y que tan bien
arde, veo como arde. Veo la barandilla de madera de la escalera que sube en
arcos armoniosos y breves. Ahora veo tu sonrisa. Ahora te veo a vos. Sentada en
el último escalón. Con la cara en la sombra.
- Te dije que también
a mí me hubiese gustado vivir en una habitación como aquella.
- Yo sabía que
nunca vivirías en una habitación como aquella. Y vi lo afortunada que eras.
- Te dije que
durante las semanas que siguieron, había vivido más intensamente que nunca.
- Te creí. Y sentí
un poco de envidia absurda. Te lo dije.
- A mí nunca me
pareció absurda.
- Lo descubrí. Eso
lo descubrí.
- Lo efímero.
- Lo efímero,
palabra maldita. Entonces te vi en forma pretérita, tal como un día te escribiría,
en el caso de que quisiera hacerlo. Sabía que no cometería el pecado de incluir
cosas en historias, es que sólo se pueden ver esos días y se me ha ocurrido que
de los días de las personas, pueden salir historias varias. Y a pesar de todo,
porque nos vi a nosotros en nuestro cálido atardecer de cada día y,
al mismo tiempo, como esqueletos. Este proceso ya no
me desconcierta como al principio. Vos me contaste tu sueño.
- En el sueño, yo
estaba con mi madre en lo alto de una pendiente, era el paisaje de mi
niñez, bien conocido, y mi madre trataba de convencerme de que me lanzara por
la pendiente y me desintegrara. Me lo pedía con toda naturalidad y
yo también estaba muy tranquila y me esforzaba por ser razonable y
obediente y me dejé deslizar pendiente abajo, pero con la mirada buscaba un
escondite en el que sobrevivir, un lugar en el que no tuviera que
extinguirme, y al mismo tiempo tenia remordimientos por este engaño.
Y ahora decime como tengo que hacer para que mi madre no se de
cuenta, cuando me visite.
- Yo dije, sin
pensar: para eso antes tendría que arder la casa. Y vos,
querida mía, ni parpadeaste. Vos sabías de qué te hablaba. Porque eso
te dije. No fingiste indignación, ni rechazo. Sólo levantaste un poco las
cejas, reflexionaste y, al cabo de un rato, dijiste: es un mundo muy
raro.
Ella dijo aun:
¿Entonces lo que buscas acá no es retirarte al silencio y la soledad,
incluso, a la belleza? Yo dije: debes de estar loca. ¿Eso te parece? Ya no,
dijo ella mientras bajamos la escalera con precaución en la
semioscuridad. Me alegro de haber estado aquí.
Abajo se encendió
la luz, nos llamaban.