domingo

mira como se vacían las cabezas por debajo de la luna
ya no redireccionan sus sombras
si la niña mirase detenidamente bien pudiera darse cuenta y explicar a todo el mundo
lo que a ella le preocupa no es la mera necesidad vacía de saciar, de saciar-se
en alguna parte la niña piensa, la vida es clara
pero las cabezas se vacían de claridad
y la luna ya no redirecciona
y la niña ya no piensa
busca saciar-se
en alguna parte

el mundo ahora de apariencias, sin propósito, con propósito de nada
en ansia deberia ser el reemanar, emanar-se
permanecer

 carencia frente al esfuerzo de seguridad

jueves


¿Qué hacés? ¿Adónde vas, dónde dejas que te lleven? Tengo una vida. Cualquiera se lo cree. Mañana escribiré, para convencerte. Hoy, hoy no, hoy no quiero escribirte mentiras. Hoy hablo con la verdad, como se habla a un muerto.
No sé por qué, en relación con algo que he olvidado, me vino a la mente la palabra "cuidado". No es seguro el querer recorrer todas las frases que uno piensa.
- Vaya.  Los sentimientos mutuos. Bien está. Antes, pensé en tu muerte con la mayor frialdad posible.
- La muerte.
- Eso, los que van a morir jóvenes, como vos.
- Muchos dicen que a cada uno de nosotros sólo se nos da un cupo de energía determinado que puede consumir rápidamente o economizar para hacer que dure más. Y que, cuando la reserva se ha terminado, el cuerpo inventa un pretexto para retirarse.
- Especulaciones. De todas formas, vos nunca fuiste ahorrativa. Más bien derrochadora.
- Lo cual a vos te preocupaba.
- A veces. A veces me preocupaba ver cómo te disipabas.
- Porque vos, secretamente, siempre te preguntaste: ¿Qué queda?
- Que queda. Que queda. Nos veo hundirnos como bajo los efectos  de una radiación demasiado fuerte; una imagen muy de nuestro tiempo, lo sé. Nuestro contorno se difumina. Parece que no se nos ha otorgado poseer una personalidad acusada. Cuantas cosas no habremos probado para adquirir firmeza, en cuántas pieles no nos habremos introducido. Nuestro viejo afán de cobijo, calor, compañía es muy débil frente al frio del espacio que nos invade. Y esa infinidad de fotos que nos mandamos hacer de nuestras muchas caras son menos permanentes que aquel enverado retrato de boda de nuestros abuelos.
- Yo, vos ya sabes, traté de tapar con fotografías los agujeros de las paredes de nuestra cueva. Y luego he visto con alegría cómo se iba dibujando la foto en el cuarto de revelado. Muchas veces he pensado en la gente que contemplará estas fotografías cuando yo haya muerto.
- Lo que queda son imágenes. Ahora quiero verte. Ahora sonreí, que yo te vea. Ahora no me asustes, escondete.
- Y qué es lo que ves sin mí.
- Veo un resplandor verde. Un árbol, una ventana, que filtra luz. Todavía no están formadas las hojas.
- Era abril
- Veo la madera color miel que cubría toda la ventanita del costado.
- Que tanto me gustaba.
- Y que tan bien arde, veo como arde. Veo la barandilla de madera de la escalera que sube en arcos armoniosos y breves. Ahora veo tu sonrisa. Ahora te veo a vos. Sentada en el último escalón. Con la cara en la sombra.
- Te dije que también a mí me hubiese gustado vivir en una habitación como aquella.
- Yo sabía que nunca vivirías en una habitación como aquella. Y vi lo afortunada que eras.
- Te dije que durante las semanas que siguieron, había vivido más intensamente que nunca.
- Te creí. Y sentí un poco de envidia absurda. Te lo dije.
- A mí nunca me pareció absurda.
- Lo descubrí. Eso lo descubrí.
- Lo efímero.
- Lo efímero, palabra maldita. Entonces te vi en forma pretérita, tal como un día te escribiría, en el caso de que quisiera hacerlo. Sabía que no cometería el pecado de incluir cosas en historias, es que sólo se pueden ver esos días y se me ha ocurrido que de los días de las personas, pueden salir historias varias. Y a pesar de todo, porque nos vi a nosotros en nuestro cálido atardecer de cada día y, al mismo tiempo, como esqueletos. Este proceso ya no me desconcierta como al principio. Vos me contaste tu sueño.
- En el sueño, yo estaba con mi madre en lo alto de una pendiente, era el paisaje de mi niñez, bien conocido, y mi madre trataba de convencerme de que me lanzara por la pendiente y me desintegrara. Me lo pedía con toda naturalidad y yo también estaba muy tranquila y me esforzaba por ser razonable y obediente y me dejé deslizar pendiente abajo, pero con la mirada buscaba un escondite en el que sobrevivir, un lugar en el que no tuviera que extinguirme, y al mismo tiempo tenia remordimientos por este engaño. Y ahora decime como tengo que hacer para que mi madre no se de cuenta, cuando me visite.
- Yo dije, sin pensar: para eso antes tendría que arder la casa. Y vos, querida mía, ni parpadeaste. Vos sabías de qué te hablaba. Porque eso te dije. No fingiste indignación, ni rechazo. Sólo levantaste un poco las cejas, reflexionaste y, al cabo de un rato, dijiste: es un mundo muy raro.
 Ella dijo aun: ¿Entonces lo que buscas acá no es retirarte al silencio y la soledad, incluso, a la belleza? Yo dije: debes de estar loca. ¿Eso te parece? Ya no, dijo ella mientras bajamos la escalera con precaución en la semioscuridad. Me alegro de haber estado aquí.
Abajo se encendió la luz, nos llamaban.