martes


A lo lejos sonaban unos bramidos extraños. Debe ser el gato aquel que rondaba por aquellos parajes y al que habían visto, alguna vez acercar su hocico rosa a husmear. Mendigante.Pero aquel sonido, los estremeció.Se alegraron de estar en el pueblo donde en alguna que otra ventana parpadeaba todavía el último programa de televisión y de distinguir la silueta de la caseta del transformador y la sombra del caballo que dormía de pie en el prado con la cabeza baja. En su habitación, ella no podía recordar el título de aquella perturbarte canción. ¿Bajada al Infierno? Seguro que no. Lo primero que haría al día siguiente sería ir a hablar con él, a modo de excusa quizás, a modo de recordatorio de esas cosas tan lindas, que las veía en un retrovisor. Lo que sí encontró fue nombre para el fermento que se necesitaba para escribir: seguridad. A ella se la había arrebatado.